asaadsaldarriaga
El duelo
Obviamente había imaginado, más de una vez, que ese día llegaría, pero nunca imaginé que doliera tanto y tan profundamente. Cuando uno se imagina algo que algún día será real pero que aún no lo es, la idea se puede tocar con la cabeza e inclusive con el corazón, pero tarde o temprano la idea termina por esfumarse o confundirse con otros pensamientos; la idea deja de existir y de doler. Sin embargo, cuando lo que uno imaginaba se convierte en realidad, ¿cómo se hace para escapar del dolor? No deja de existir.
No sólo no logro escapar de la idea de que ya no podré volverle a coger la mano, sino que cada día el vacío y el dolor se arraigarán más. Intento asimilar que las memorias que tengo de ella ya no aumentarán, así que debo cuidar las que tengo para que no se desvanezcan con el tiempo y por culpa de mi pésima memoria.
Mi hijo mayor me dijo ayer, “¡Mamá, mira, los marqué con TG!”, mientras apuntaba hacia la marca hecha por él con marcador permanente en sus guayos de futbol, “así siempre la recordaré”. Se refería a que, con esas dos mayúsculas, la Tía Gorda estaría siempre con él. Por otro lado, mi segundo hijo me dijo, “espero que la tía gorda esté pasando bueno, pues ya la extraño mucho”. Definitivamente, cada uno asimila la muerte de un ser querido como puede. Da igual la edad; en cualquier caso, duele sentir la ausencia.
Yo, mientras tanto, escribo. Les dejo acá lo que escribí sobre ella el día de su funeral. No dudo que los que la conocieron no necesitarán de mis palabras para recordarla, pero para mí, escribir me ayuda a sobrellevar esta idea dolorosa de asumir la muerte de un ser tan querido como mi tía, mientras busco celebrar su vida, que no fue otra cosa que un reflejo de su constante felicidad.
_________________
Bogotá, noviembre 2, 2022
11:00 p.m.
Con la más profunda y sincera humildad, quiero contarles que nací con una corona. Claramente no soy ni reina ni princesa, pero sin hacer mucho ni tampoco saber por qué, me gané el título de ser la preferida de mi tía la gorda. Desde que nací le dejó claro a todo el mundo que ella era mi madre putativa. Fue una madre mejor que cualquiera porque nunca ni me castigó ni me regañó. ¿Qué mejor que eso para una niña? Lo único que hizo fue quererme y adorarme profundamente hasta su último suspiro. Lo demostró de mil maneras, aparte de gritar a los cuatro vientos que yo era su perejilito. Por eso, desde hoy, nunca podré volver a ver el perejil como esa hierba verde que se le pone por montones a la ensalada de garbanzos. Desafortunadamente, nunca le pregunté por qué me decía así, pero eso demuestra cómo era la gorda. Su creatividad no tenía límites. Nos lo demostraba con sus ocurrencias. ¿A quién se le ocurriría decir que se ha adelgazado diez kilos mientras se coge la falda y se la estira hacia afuera para demostrar que le queda grande? Eso lo hacía una vez a la semana, así que si fuera cierto, de diez kilos en diez kilos hubiera desaparecido en un año. ¿O quién se atrevería a contarle a los demás que se ha vuelto vegetariana mientras come pollo? ¿O quién escribiría cartas con tanta dedicación y cariño, con una letra inconfundible y siempre firmarlas de la misma manera: la tía que te quiere mucho, la Gordis? ¿Quién se comería una banana split al medio día para no almorzar porque está en dieta?
Su amor por mí era tan inmenso, que un día, para que yo no sufriera, recorrió la ciudad entera buscando una gallina para reemplazar el pollito que se me había muerto, y que cuando yo llegara del colegio simplemente pensara que había crecido. Podría seguir y seguir y seguir contándoles anécdotas de la Gordis, pero no lo hago porque no exagero si les digo que no acabaría nunca. Sus ocurrencias eran infinitas y siempre las tendremos en nuestros corazones. Las atesoraremos con una profunda tristeza porque obviamente ya no está, pero nos alegrarán día y noche al recordarla como una mujer sencillamente amorosa, inocente y que su única felicidad era hacernos felices a todos. No tuvo esposo ni hijos, pero vivió por sus hermanos y por sus sobrinos. Fue realmente feliz.
Te extrañaremos por el amor infinito y desinteresado que nos demostraste de distintas formas a todos los que te quisimos. Los días no serán lo mismo sin tus llamadas casi a diario, sin tus oraciones mientras leías tres páginas llenas de nombres por los que rezabas día y noche, por las fotos que sacabas cuando estábamos todos reunidos, en esa época que no existían las cámaras en los celulares, y que cuando las revelábamos salíamos todos cortados o borrosos. Mi lista de regalos de navidad no tendrá sentido sin el calendario de Hello Kitty, que siempre te regalaba en diciembre. Jamás podremos volver a ver un Hello Kitty y no pensar que estás ahí presente. Tu cara de felicidad al ir a Disney por primera vez a los setenta años y ver a Mickey Mouse estará grabada en mi corazón para siempre. Esas era tus ilusiones tía Gordis. Así como también lo era ser la primera en empacar la maleta cuando mi tío Roberto te invitaba a su finca en La Vega, y estabas metida en el jacuzzi desde que te levantabas hasta que te acostabas. Recuerdo verte salir siempre de ahí como una ciruela pasa. Sin duda, gozabas con las cosas más chiquitas y más sencillas de la vida. El arroz con pollo era tu debilidad, y mi tía Nelly siempre se encargó de consentirte e invitarte los sábados a almorzar. Siempre tuviste las uñas arregladas, los mejores peinados y los sastres hechos a la medida en tus colores favoritos gracias a que mi tía Aida se encargaba como una madre incansable para que te vieras siempre bien. No había mayor ilusión para ti que mi tío Jorge llegara de Cúcuta y te trajera las aceitunas que te encantaban. Para él, tú eras su adoración, y hoy ya deben estar juntos. O cuando ibas a Cartagena a donde mi tía Margarita, con una ilusión infinita de verla porque la adorabas como tu hermana menor, y además gozabas como una niña de pensar que te llevaría a montar en el tren de Bimbo. Ser la compañera incondicional de mi papá durante muchos años en su oficina, durante la hora del almuerzo, cuidar sus valiosos útiles de oficina, entre ellos los lápices y los clips, y esperarlo hasta que saliera de trabajar para que no corriera ningún peligro al salir solo de noche, será algo que siempre te agradeceré y que sólo tú eras capaz de hacer.
Aún mientras escribo estas palabras me cuesta mucho asimilar que no te volveré a ver. No te veré más caminar arrastrando los pies siempre vestida con falda y nunca con pantalón, ni tampoco te veré sentada en silencio oyendo pacientemente las conversaciones a tu alrededor. Eso sí, si el tema era alguna noticia nacional o internacional no había quién supiera más que tú sobre ese tema, porque leías el periódico de principio a fin, incluyendo los clasificados, absolutamente todos los días del año.
Mi adorada tía Gordis: siempre vivirás en nuestros recuerdos gracias a tu alma pura caracterizada de nobleza. Tu huella es tan grande y profunda, que tu vida continuará en la nuestra. Nos dejas la enseñanza de ser feliz. Siempre serás mi segunda madre y yo seré tu perejilito. Descansa en paz. Te adoraré hasta el final de mis días.